Artículo publicado en Revista Diaporías Nº 10. Noviembre de 2011
Enajenación y extrañamiento en la Fenomenología del Espíritu de Hegel (1807). Bicentenario de una revolución filosófica
Sergio M. Friedemann
(IIGG-UBA/CONICET)
Lo más importante en la Fenomenología de Hegel —la dialéctica de la negatividad como principio motor y generador— es, primero, que Hegel concibe la autogeneración del hombre como un proceso, la objetivación como pérdida del objeto, como enajenación y superación de esta enajenación y que concibe, por tanto, la naturaleza del trabajo y al hombre objetivo (verdadero, real) como el resultado de su propio trabajo.
Karl Marx
En el editorial del Nº 6 de esta revista, Rubén Dri recordaba que “mientras las tropas napoleónicas destrozaban a las prusianas y daban por terminado el sacro imperio romano germánico, Hegel terminaba de escribir la Fenomenología del Espíritu” (Dri, 2006). Han pasado poco más de 200 años. El avance de las tropas napoleónicas por el mundo desencadenaría grandes cimbronazos. Hegel, tras lamentarse por el desgarramiento del pueblo alemán, vería entrar al “espíritu del mundo montado a caballo”. Se refería a las tropas napoleónicas que actuaron en la batalla de Jena, lugar donde se encontraba Hegel al escribir esa gran obra de la Filosofía occidental. En Haití, la revolución de 1791-1804, una larga lucha de los esclavos por su liberación y la independencia, derrotaría al ejército napoléonico. Los esclavos de origen africano se revelaban cantando la marsellesa contra el ejército francés, gritando “libertad o muerte” contra una Francia que se traicionaba a sí misma al no universalizar sus principios de libertad, igualdad y fraternidad. Susan Buck-Morss (2005) sugiere que Hegel se inspiró en la revolución de los esclavos haitianos para desarrollar su dialéctica del señor y el siervo. Más allá de la veracidad de esta hipótesis, que no estamos en condiciones de corroborar, lo cierto es que Hegel conocía la situación de los esclavos en las colonias, y, sin menosprecio de ello, vería en Napoléon el ingreso de los ideales de la revolución francesa y la posibilidad de la tan ansiada unidad territorial de la nación alemana. Desgarramiento y (re)unión, dos momentos en tensión que la caída de la península ibérica por parte de Napoleón trasladaría a nuestra América. La descolonización de España y Portugal iban a desplegar la lucha por la independencia y por la realización de los pueblos de Sudamérica. Sin embargo, iba a producirse otro desgarramiento, el de la división territorial contra la que pelearon Artigas y Bolívar. Como consecuencia, nacería la utopía de la unidad latinoamericana. América, ese yo que es el nosotros, un nosotros que es el yo (Hegel, 1966, p. 113), una y otra vez sería enajenada, extrañada de sí misma. Pero hablaremos de la enajenación como concepto y no de América en este artículo. Hablaremos de otro bicentenario. El de la revolución filosófica de Hegel. En 1810, cuando en el Río de la Plata se luchaba contra la ocupación española, Hegel ejercía el cargo de rector del Gymnasium (Colegio secundario) de Nüremberg. Así se dirigía a los estudiantes en el comienzo del ciclo lectivo: